Hoy toca perorata.
Ayer a media tarde después de comer, me quedé dormida en el
sofá, cuando me desperté encendí
la tele
a ver qué había por ahí. De pronto haciendo zapping me quedé viendo una serie
de dibujos animados llamada
Caillou, las mamás de niños pequeños seguramente
sabrán cuál es. Lo cierto es que nunca me había detenido a ver este programa,
dirigido al público infantil, niños pequeños, de 4 o 5 años, como el propio
protagonista.
Consiste de episodios cortos en los que se muestra la vida
del niño, Caillou, su curiosidad por conocer el mundo que le rodea, sus juegos,
descubrimientos, el uso de su
desbordante imaginación y su relación con sus padres, su hermanita y otros
familiares y amigos. Algo me cautivó de pronto en esta serie y no pude dejar de ver capítulo tras
capítulos. Podría resaltar muchas cosas, pero me quedo con algunas que me llegaron
sinceramente: el trato de sus padres entre ellos, el trato de los padres con el niño, el
manejo de sus rabietas y frustraciones, y el hecho de que lo llaman por su nombre,
sin otros apodos cariñosos.
Cuando Caillou se frustra por alguna contrariedad, se pone
de mal humor y se queja con alguno de sus padres, éstos, sin enfadarse, le
hablan con seguridad y le proporcionan alternativas viables para la resolución
de conflictos, con sumo respeto por su incomprensión infantil. Al final todo se
resuelve de maneras creativas y el niño aprende siempre algo de valor.
No es un mundo rosa, podría ser la vida de cualquier niño
común, hay dificultades, aunque también hay magia, fantasía e imaginación. El niño
adquiere conocimiento, destrezas, despliega ampliamente su creatividad y sobre
todo, aprende valores de una manera muy respetuosa. Todo esto me llegó.
La otra cara de la moneda, la veo alguna vez a mí alrededor,
sin ir muy lejos, esta misma tarde comiendo en un restaurante. Padres que
corrigen a sus niños de maneras opuestas, con chillidos, con manotazos, tirones
de orejas y….. algunas veces con calificativos humillantes y mandatos
castrantes.
No he sido madre y no es mi intención juzgarles, ni podría,
dado que no he estado en ese papel no tengo perspectiva, tampoco es ésta una
disertación sobre educación infantil, pero desde
luego, mi inquisidora mente investigadora observa la eficacia o la ausencia de
ella, en los resultados obtenidos en ambos casos. Y no me importa que Caillou
sea un dibujo…. no es en niños precisamente, sino en las personas una vez
adultas, que observo la eficacia o no, de las formas educativas.
Llevo ya un poco más de dos años favoreciendo un acercamiento continuado con mi
niña interior, reconociéndola, nutriéndola, complaciéndola y cubriendo sus sensibles
necesidades. La reconozco como la parte inocente y esencial de mí, la fuente de
fantasía, magia y creatividad por excelencia, lo más puro y limpio de mi ser.
Por tanto, da igual estar llena de canas, este tesoro interior recibe amor y
permiso para su expresión libre, cada vez más…
Como suelo trabajar con adultos, de todas las edades en plan terapéutico, he
incorporado algunos elementos de autoconocimiento que incluye el uso de
pinturas, plastilinas o juegos cuando es preciso. Casi invariablemente el adulto
de entrada me dice: “yo dibujo fatal, a mí la plastilina se me da de pena, me
siento ridícul@...” Y más defensas, todas orientadas hacia el juicio, a la mirada crítica personal o de
otros, a la corrección, a la perfección que se supone debieran tener sus
dibujos o sus figuras de plastilina para ser aceptables..
Creo que todos podemos recordar que en nuestra infancia,
esas autodefensas no existían. Si no lo recuerdas, basta con que veas a un niño
cualquiera a tu alrededor. Le das unas pinturas y un papel y hace magia,
pinta cualquier cosa que pase por su imaginación, sin preguntarse si es apto
para ello o si sus dibujos se pueden mostrar, creo que todavía no conocen el
término “fatal”, y suelen regalártelos luego muy orgullosos de haberlo hecho.
Siempre que esto sucede delante de mis ojos, me quedo
preguntándome en qué momento de nuestras vidas, la “fatalidad creativa” se hizo
presente para destruir todos nuestros esfuerzos por expresarnos auténtica e inocentemente….
Hoy veo muchos adultos autoexigentes en exceso, ferozmente autocríticos con sus trabajos,
avergonzados de mostrarse, comedidos, cautelosos de exhibir lo que proviene de su esencia….. y
miedo, tanto miedo…. A no dar la talla, al juicio, a la crítica…… No veo a un
adulto sufriendo, veo al niño que vive dentro, sensible, frustrado en su
fantasía natural, en su libre expresión… intentando encajar en moldes que han
creado otros adultos con sus niños interiores igualmente desautorizados.
No estoy queriendo quitar de la ecuación la armonía que una
obra creativa tiene de por sí para transmitirnos la idea de belleza y/o perfección (aunque
esta no deja de ser algo completamente subjetivo). Más estoy absolutamente convencida
de que si nuestro niño interno se expresa con libertad, el adulto que somos
puede aterrizar respetuosamente esa creación en el mundo de maneras
extraordinarias, después de todo, el adulto porta la madurez y la sabiduría
necesaria para ello, por tanto, es un trabajo de equipo. El adulto ya se hizo
muy mayor en sus pensamientos, y está
encajado en la sociedad, en sus dictados, normas y responsabilidades, el niño,
conserva su magia intacta, su visión fantástica.. es cuestión de restablecer la alianza.
¿Qué clase de
creaciones puedes hacer evadiendo un poco tu sensación de inhabilidad? Las que se te daban bien de niña/o….. y todos los niños tienen un don o más.
Explóralos.
¿Y si creas algo que no era tu especialidad de niño y por eso
tu adulto cree que se le da “fatal”?.... hazlo de todos modos y diviértete (eso
hacías de niño) y sobre todo, permítete cometer errores y fallos, no te tomes
tan en serio, después de todo estás sólo permitiendo a tu niña/o salir al patio
de recreo de la vida a jugar……. :-D
Hoy para creaturizar, me he llevado a mi adulta a pintar con
ceras, un dibujo de colorear de Caillou, y se ha salido de la línea…. Uuppppssss!
:-p